Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Loco-mbiano
Benedicto XVI, excardenal Joseph Rätzinger muy destacado en los anales eclesiásticos por sus posiciones de avanzada en el Concilio Vaticano II, acaba de lanzar al mercado su libro de 176 páginas, La infancia de Jesús. Junto con Han Küng, Ives Congar y otros, fue uno de los innovadores del pensamiento católico a partir de ideas sacadas del existencialismo de Heidegger y Jaspers. Se esforzó en acercar más al pueblo una doctrina hasta ahora encerrada en dogmas poco digeribles.
El tema es muy interesante y apasionante. En la copiosa literatura cristiana, fuera de los libros canónicos o aprobados por la Iglesia Católica, han corrido versiones no autorizadas de la vida escondida de Jesús en sus primeros años. No solo de sus primeros años, su infancia, sino de sus años de adolescencia y juventud. Tan solo se conocen sus andanzas por Galilea y el Tiberíades después de su bautismo en el Jordán, cuando ya frisaba los 30 años.
Esa literatura, llamada apócrifa, - de bajo perfil y no autorizada -, narra escenas muy humanas que no reflejan una marca de divinidad en la personalidad de ese niño hijo del carpintero José y de la oficiosa María. Aun así, tales crónicas juveniles alimentaron la curiosidad de los primeros cristianos y de lectores profanos hasta tiempos cercanos al siglo XX.
Las tradiciones orales y las imágenes plásticas de la historia de un pueblo o una religión son muy importantes para la continuidad y validación de una comunidad determinada. Los antropólogos son muy cuidadosos en valorar los usos, expresiones, instrumentos que un grupo utiliza en su seno para recordar y perpetuar en sus sucesivas generaciones las creencias, ritos y fórmulas cuasisacramentales.
Por eso, ha causado revuelo entre los católicos esta nueva orientación o acercamiento del máximo jerarca y jefe espiritual a dos de las escenas evangélicas más celebradas en el mundo entero. Una es la de la anunciación y otra la del nacimiento de Jesús en la aldea de Belén.
El diálogo del ángel Gabriel con María en el interior de su sala, en el que le anuncia que ha sido escogida para madre del Mesías y las dudas de su esposo José que intenta luego abandonarla, siempre han sido motivo de consejas y controversias. Lo que nunca había sido motivo de dialéctica es la presencia de un burro y un buey al lado de la cuna en un establo donde se almacenan heno y pienso, como escenario de nacimiento de quien sería gran protagonista en la región de la Israel de su época.
El papa Rätzinger, que de manera extraña usa su nombre de pila para publicar este libro, viene a abrir una ventana que hasta ahora no había visto la luz. Comienza diciendo que se debe diferenciar lo que es mito de lo que es realidad en este y otros casos de la Biblia. Jesús nació en la pobreza, cuando sus padres huían y buscaban alojamiento para que María tuviera su parto. Esas son verdades humanas no discutibles que los evangelistas registran como cronistas del hecho.
El ingrediente del asno simple y del buey sumiso no aparece por ningún lado. Es fruto de la imaginación posterior y no es nada improbable que hubiera cerca una pareja de estos animales que en esa época y hoy hacen parte del paisaje de muchos pueblos sencillos del campo o las periferias de ciudades, como en San Antero, Colombia o Villanueva, Guajira o Bosa, cerca a Bogotá.
Es refrescante y muy tierno saber que el Papa tan ocupado en sus altos designios tenga tiempo y humor para entresacar de la tradición popular lo que es verdad y lo que es mero adorno, como una bombilla, una roseta o un parpadear de estrella en esta Navidad.
25-11-12 10:19 a.m.
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