Por Gloria Cepeda Vargas
El título de esta nota forcejea entre signos de interrogación, porque sigo preguntándome si el 25 de noviembre no pasa de ser la efeméride del asesinato de tres valerosas mujeres, traída a colación cada año con el fin de diferenciar nuestra cubierta hipócrita del inocente cuero que protege a los llamados animales irracionales. Podría suceder que perdiéramos lozanía representativa ante ONUS, ALBAS, MERCOSURES, una que otra ONG trasnochada o algún gobiernillo de aquellos que contribuyen a mantener nuestra balanza monetaria, si no institucionalizamos, como corresponde “a la democracia más antigua de América”, esta rimbombante conmemoración conocida como el Día de no Violencia contra la Mujer.
En Venezuela, hoy petro-chavista, antes siderúrgico- copeyana-adeca y más atrás cemento-Miami-pérez jimenista, una mujer es abusada cada doce segundos y en este mundo tan cibernético, tan liberado de la cintura para abajo, blackberryzado y robotizado (perdonen la redundancia) ¡se viola una mujer cada cinco minutos!
El tema -capítulo actual de los Picapiedras- enjaezado con sesudas conclusiones filosóficas, aderezado con exóticas especias y vapuleado como una escoba en día de limpieza, nos produce hartura. Hartas de tanta ley huera, de tanta indignación de papel periódico, de tanto tragar esta mezcolanza donde hieden la hipocresía y el servilismo de varones y féminas y la superficialidad e inoperancia de Ejecutivos, Legislativos y Judiciales. Todavía en lo más abstruso de nuestra envergadura, Eva se despeluca introduciendo la jugosa poma en el guargüero de Adán mientras la serpiente le pellizca el ombligo. Todavía aquí, en nuestras sensibles narices caucanas, la ablación del clítoris se practica como un patrón “cultural”, todavía la que se vende es desecho excrementicio y el que la compra material incorruptible.
Éste es el cuento de nunca acabar. Nuestros legisladores son tan vanguardistas, sentimentales o empantanados, que suponen en cada una de las “leyes de la República” garras de suficiente calibre para domar ese potro chúcaro y reventador que constituye el detritus humano. Honor que nos hacen, dignos leguleyos, tan camaleónicos como aquellos a quienes pretenden reformar. Nuestra historia es un recuento continuo de guerra y depredación; un sancocho incomible de sexo, alcohol, droga y fuerza bruta.
¿Cómo es posible que a estas alturas del dolor, cuando el aborto clandestino representa un gravísimo problema de salud pública en Colombia, su despenalización parcial sea todavía tema de discusión en clínicas y tribunales? Mientras los ríos corran por cauces desviados, ni la moral será tal ni la verdad habrá empezado a caminar.
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