viernes, 10 de agosto de 2012

El Cauca bajo el terror


Por: Luís Barrera

Muy grave lo que está pasando en el Cauca, tras la última escalada terrorista en la que dos carros bombas destruyeron la subestación eléctrica del ingenio La Cabaña, muy cerca de la zona franca e industrial y la voladura de media calzada de la carretera Panamericana sobre un puente en Piendamó.

El terrorismo en este departamento persigue la extensión del terror para producir una situación de debilidad del orden político legítimo, que le permita imponer sus criterios por la fuerza, a costa del atropello de los derechos humanos más elementales, como son el derecho a la vida y a la libertad. Este fin no puede ser compartido jamás.

Es por eso que autoridades de los distintos municipios nortecaucanos, dirigentes, y empresarios sumamente preocupados hacen un urgente llamado al alto Gobierno para que conjuntamente con las fuerzas armadas se neutralicen con mayor contundencia y efectividad estas acciones violentas que siguen creando zozobra, miedo e inestabilidad en la región.

El terrorismo en el Cauca tiene el perverso propósito de matar y destruir indistintamente hombres y bienes, mediante el uso sistemático del terror con una intención ideológica confusa y compleja de doble moral.

No se pueden cerrar los ojos y subestimar a otra dolorosa plaga del Cauca actual: el fenómeno del terrorismo, entendido como el propósito de causar daño y destruir indistintamente personas inocentes, comunidades indefensas y bienes materiales como la infraestructura eléctrica, puentes y carreteras, y crear precisamente un clima de terror y de inseguridad, a menudo incluso con la complicidad de ciudadanos  ingenuos. Aun cuando se aduce incongruentemente como motivación de esta acción inhumana cualquier ideología o la creación de una sociedad mejor, los actos del terrorismo nunca son justificables.

En las últimas décadas los caucanos hemos sido víctimas de una de las peores y abominables conductas violentas: el terrorismo, que es un hecho expresivo de agresividad que se lo puede ver durante toda la reciente historia de casi todos los municipios en medio de un conflicto interno y una guerra sin acabar con sus más variadas formas de expresión y crueldad.

De persistir esta acción incontrolable, el terrorismo se constituye así tanto en el ámbito regional como en el nacional, como en una vía abierta a todo acto violento, degradante e intimidatorio, y aplicado sin reserva o preocupación moral alguna.

No es, por lo tanto, entenderlo como una práctica aislada, reciente ni desorganizada pero no por ello estructurada, que si no se ataja va a desestimular la inversión del sector privado en la región que con justificada razón ha pegado un grito en el cielo y está cuestionando severamente que estos hechos ocurran en sus propias narices.

Hay que condenar y rechazar las  acciones terroristas, pues los bárbaros se asoman a la puerta de las empresas que generan empleo e indirectamente bienestar en la zona.

No se pueden quedar callados los dirigentes, autoridades y comunidades de la región ante este fenómeno que se caracteriza por su violencia indiscriminada, involucrando a víctimas que no tienen nada que ver con el conflicto causante del acto terrorista; pues, su imprevisibilidad, puede actuar por sorpresa creando incertidumbre, infundiendo miedo y paralizando la acción cotidiana de las comunidades; su inmoralidad, como en el caso de Villarrica produce sufrimiento innecesario, golpeando las áreas más vulnerables; el ser indirecto, hace que el blanco instrumento sea usado para atraer la atención y para ejercer coerción sobre la audiencia o un blanco primario, a través del efecto multiplicador de los medios de comunicación masivos.

A los actos terroristas debe responderse no solo por medio de normas jurídicas que contemplen su prevención y sanción, sino con más inteligencia y sentido común, porque si no, nos tocará apagar e irnos… o en el mejor de los casos como decía el periodista quilichagueño Henry Holguín Cubillos, “El que tenga miedo, que se compre un perro”.

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