UN POETA CON GUITARRA Y ALAS DE RUISEÑOR
Orlando López, de camisa verde clara y cara franca
Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Loco-mbiano
“Es triste descubrir que el olvido
de los otros es la muerte de uno mismo”
Gracias al mal tiempo. Orlando López V. Poema Hallazgo, pág. 44
Mis hijos me regalan, de pronto, un jean azul o un polo de cualquier color, mi novia unos besos con los ojos bien abiertos, - y como a un escritor – me ha obsequiado Orlando López su libro de poemas Gracias al mal tiempo. Qué regalos tan preciados estos que vienen de manos, entrañas y seres tan queridos. Sólo ellos saben cuáles son los gustos y los quehaceres de quienes amamos los detalles sinceros.
A Orlando López Valencia lo conocí ayer no más. Me lo presentó el poeta José Zuleta de camino a la ciudadela cultural Nuevo Latir en el oriente de Cali. Iba sentado en la van, recostado contra la ventana y con una guitarra terciada sobre su pecho. Un trovador, pensé yo, un cantante de ocasión para teñir y finalizar el recital que iba a registrar con mi cámara y facha de cronista aficionado.
La buseta con apenas cinco pasajeros buscó su destino a las 8:30 pues el recital anunciado empezaría a las 9:00 a.m. y estábamos bastante lejos. A mi lado estaba mi novia, al otro lado José Zuleta y Jefferson Perea, detrás Diego Rodrigo Echeverry y adelante con su guitarra un hombre bien hablado y algo callado. Éramos cuatro juglares, cada cual con su tema guardado en cofre de piel y boca dispuesta. La conversación fue fluida alrededor del oficio de los seis orfebres.
Al llegar a la hermosa sede de la Biblioteca Pública Nuevo Latir nos esperaban sus gestoras Carolina Romero y Yicel Valencia en el pequeño Auditorio semicircular. Allí llegaron luego niños, madres de familia, jóvenes con cara ansiosa y habitantes del Barrio Alfonso Bonilla Aragón. Empezó el recital poético José Zuleta, siguieron Diego Echeverry, Jefferson Perea, Gloria María Medina y faltaba quien había movido todo el tiempo mi curiosidad.
Tomó, entonces, Orlando López su guitarra, como quien toma una copa de vino en su mano y brindó al público tres poemas canciones de su autoría. Sin plata para el café, Parcerita de mi amor y Desaparecidos. Su voz, sin pretensiones de clasicismo ni estridencias, dejó oír unos mensajes de ternura y sensibilidad social. Su presencia no fue apabullante ni sobrecogió por el ardor de su palabra. Su canto fue una llovizna de descanso y denuncia sin policía y sin grito en la garganta. Esa es la función de la poesía. La mañana se hizo distinta y el recital tomó un nuevo rumbo al ritmo que puso un hombre sencillo con voz bajita y rasgueo de guitarra.
He pasado mis ojos atentos por los versos que me ha dejado vagando en su libro. Orlando tiene el humor en su labio que diseña colores, tristezas y tareas caseras y urbanas. Lleva en su bolso los premios Jorge Isaacs y el Antonio Llanos y se ha trazado el camino desde 1989 con su poemario Párrafos de piel, y lo ha seguido con Amigamor, La pared de enfrente, La vestidura del aire, Del mal amor.
Su poesía es fácil, intimista, con títulos cortos y versos de copetón urbano que no ansían el largo aliento del halcón o la gaviota. Retratan escenas del hogar, paisajes de la calle, con expresiones que exorcizan la monotonía del lenguaje y los afanes diarios.
Al topar en la vereda de la vida cosmopolita al vate sin el carruaje y la pinta del juglar medieval, se sorprende uno encontrar una poesía tan fresca y olorosa como la albahaca, el poleo o el geranio del campo y el habla transparente de la niebla en la ventana.
06-01-13 11:10 a.m.
PRIMERO ESTÁ LA SOLEDAD
Primero está la soledad
después la trama, la urdimbre, la palabra.
Luego la calle y sus despeñaderos:
esos ríos misteriosos donde la brújula
se vuelve loca con las muchachas imantadas
y el amor es un madero.
¿Hacia dónde nos conducirá este cauce
al que convergen el día y la noche
como marinos legendarios
con todos los pájaros sobre los hombros? (Pág.45)
SUGERENCIA
Cuando uno es tempestad
y el otro calma
sería bueno que
llegaran a un acuerdo:
que ella cuelgue la ropa
en la percha de la alcoba
y los hombres hagan fila
para escuchar el mar
con las orejas pegadas a su sexo,
mientras él camina por las calles desiertas
deseando vivir en tierra firme,
con una muchacha que sepa de faros
y señales y arroje el ancla
cuando se avecinen los excesos.(Pág.11)
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