Por: Luís Barrera
Es bueno advertir de entrada que el liberalismo no es anticatólico. ¿Se puede ser Liberal y Católico a la vez? Claro que sí, y la pregunta puede resultar difícil de contestar no tanto por las condenas de algunos Papas del siglo XIX como por el trasfondo moral y filosófico.
Lo que ocurre no está suficientemente definido el liberalismo. En la medida en que hablemos de liberalismo como una forma de entender el mundo y las relaciones sociales basada en la responsabilidad individual por los propios actos, el derecho a obtener los frutos del propio trabajo y esfuerzo -manual y/o intelectual- que uno considere adecuados en libre competencia, la movilidad social -especialmente mediante la educación-, no creo que haga daño a nadie ser Liberal.
Lo que sucede es que algunos con prevenciones y prejuicios doctrinarios perversos creen que ser Liberal es estar muy cerca a la opción alternativa del socialismo, ser contestatario, rebelde y hasta insurgente.
Existe un cierto desconcierto ante la palabra ‘liberalismo’ entre aquellos que llevan varias décadas en la lucha por la emancipación y la justicia social. Los militantes de la izquierda que vivieron la Transición se encuentran con que, hace cuarenta años, ser Liberal era de izquierda y ahora la derecha enarbola la bandera del liberalismo como propia.
Este desconcierto ha hecho que la izquierda se haya visto en la necesidad de buscar nuevos odres para viejos vinos. Así, mientras que los europeos han rebautizado a los viejos defensores del liberalismo económico añadiéndoles la partícula ‘neo’, la izquierda estadounidense ha preferido denominarlos neoconservadores.
El caso es que da lo mismo cómo los llamemos. Ellos insisten en presentarse como liberales y no les falta razón para hacerlo. Al fin y al cabo, defienden el libre comercio, la libre competencia y la más amplia gama de las libertades cívicas y políticas. Llamar liberales a aquellos que defienden la ecuación “democracia mas libre mercado” no parece descabellado.
Ser Liberal se convirtió así en sinónimo de persona que sigue un estilo de vida independiente de la moral tradicional. Esas mismas personas que en el pasado se declaraban liberales suelen sentir escalofríos cuando ven cómo los viejo-nuevos librecambistas enarbolan la bandera de la libertad para cercenar el Estado de bienestar.
Los que pertenecemos a generaciones posteriores también solemos sentir ese desconcierto. De un lado, hemos sido educados en el valor de la libertad y, de otro, hemos asistido al incremento sostenido de las desigualdades sociales y del sufrimiento global en nombre del Liberalismo. Ésta ambigüedad se debe a que estamos tratando con dos tipos de liberalismo distintos, el político y el económico.
Aunque haya gente interesada en presentarlos como inseparables, lo cierto es que son dos teorías o doctrinas políticas totalmente distintas. Así como siempre fue tratada la Iglesia como conservadora y retrógrada que se abrogaba el derecho a excomulgar y orinar solo azul de metileno...
El liberalismo político postula el derecho a la máxima libertad de cada cuál para elegir cómo vivir su vida, con respeto a la diferencia. En ella se incluyen las libertades civiles clásicas como las de conciencia, expresión, asociación y reunión. Es ser tolerables en la diferencia.
La principal función del Estado Liberal sería la de garantizar la libertad de todos. Se trataría de un Estado que nos protege de las injerencias de los demás en nuestra libertad y dignidad humana, al mismo tiempo, está limitado en su propio poder por el derecho de los ciudadanos a la libertad.
En cambio, el liberalismo económico sostiene básicamente la necesidad de que los Estados no intervengan en los procesos de mercado. Este tipo de liberalismo incluye la libertad de los agentes económicos para fijar los precios y autorregularse junto con la idea de que hay que limitar los Estados a su mínima expresión. El Estado -arguyen los librecambistas- no debe prestar servicios que sean susceptibles de ser prestados por la iniciativa privada.
Hacerlo sería una interferencia injustificada en la libre competencia. Más aún, piensan que los servicios públicos, que tengan por función igualar los puntos de partida redistribuyendo la riqueza, constituyen un ataque intolerable contra los derechos elementales a la libertad y la propiedad privada.
No sólo son teorías distintas sino que son independientes entre sí. No se necesitan ni se implican mutuamente. Un régimen puede ser liberal en lo económico pero no en lo político (el Chile de Pinochet), liberal en lo político pero no en lo económico (las socialdemocracias escandinavas), liberal en lo político y en lo económico (el ideal al que aspira EE.UU) y puede también ser contrario al liberalismo tanto en lo económico como en lo político (el comunismo real).
Mientras se confundan liberalismo con relativismo, no habrá acuerdo. Acaso ¿no puede un individuo individual reconocer libremente que su soberanía, su vida pertenece a Dios? Para algunos liberales no existe guerra contra Dios y sí contra el mal, definido por Dios en su Iglesia. Los liberales pedimos “LIBERARNOS del mal”´, estar unidos a Dios, nuestro Padre, en la maternidad de la Iglesia Católica, y en la unidad global humana.
Un Liberal que no prescinde, sino que sirve y se ayuda de Cristo lo único que pretenden es que no le separen de esta familia que él ha escogido libremente, defender que nadie le impida su unión a Cristo, y todo lo que es bueno a sus ojos.
Yo soy Católico y Liberal en la línea y medida que pertenezco todavía a un Partido que me ha dado honores en el pasado de la política regional, hoy sus ideas están vigentes, es más el actual gobierno en Colombia con Juan Manuel Santos, está gobernando con las ideas y principios Liberales e intento por otro lado, defender la Iglesia católica a capa y espada, con el evangelio del amor y en la defensa de los más pobres, que tan bien definió Jefferson: “El Dios que nos da la vida nos da al mismo tiempo la libertad”.
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