jueves, 10 de enero de 2013



EL ARTE NO MUESTRA REALIDADES


Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Loco-mbiano

El ser humano al llegar a este planeta fue dotado de la primera cámara fotográfica. Nació de un soplo, de entre el polvo de la tierra, impulsado por una explosión molecular. Esa cámara que son los ojos con sus ramales y conexiones con cuarto oscuro en el cerebro donde trabajan las neuronas con líquidos y sin papel adicional. Allí quedan registradas de por vida las imágenes en tercera y cuarta dimensión. Kodak desfiguró su naturaleza al decir que su magia era capturar el momento en el papel.

No. Nada podrá reemplazar lo que la Naturaleza ha puesto bajo la frente y sobre la nariz. Y, por supuesto, sus cables nerviosos y eléctricos que permiten que las imágenes vistas por los ojos se impriman para siempre en el “ordenador” que es el cerebro. Allí se guardan o salvan y sin pulsar teclas o sensores adicionales, el hombre las reproduce cuantas veces lo desee.

Mejor que una cámara fotográfica o de video el humano en vigilia o aún durante el sueño aprovecha esas imágenes para sacarlas de su encierro, revivirlas, conversar de ellas, describirlas o pintarlas en un lienzo. Y lo puede realizar - como lo hacen los creativos de casas de publicidad – para hacer montajes, sobreponiendo o mezclando las imágenes que yacen sin un orden establecido en aquel cuarto oscuro tan luminoso.

Pintores de estilo o punzón, de pincel o brochas gordas han dejado imágenes sobre rocas, paredes de cueva o en sarcófagos hindúes o egipcios. Así hemos podido conocer casi en persona, por la perfección de las líneas, los rostros, la belleza de los cuerpos femeninos, sus adornos y atuendos*. Aún los retratistas no “reprodujeron” la realidad. Velásquez, Moreau y muchos otros y anónimos han dejado plasmadas escenas, caras, con actitudes y posturas de reinas y doncellas, héroes y ogros.

La virtud de artistas, llámese escultor, poeta, periodista o arquitecto no es mostrar lo que a simple vista se ve sino dejar encubierto el misterio de los seres sin develarlo por completo.

Se podrán ver desde un ángulo, volver a mirarlos frente a frente, alejarse de su figura y nunca mostrará el artista aquello que la mirada busca con sed de infierno.

El arte vale por ello. Y por eso se distinguirá entre imitación y autenticidad. Hay un valor en ciertas obras o las personas que las hacen que parecen un demonio o un dios, un camaleón o un genio, un incunable o una obra clásica, perdurable.

Cualquiera puede componer una canción en medio de unos tragos y luego pagar para que aumenten el raiting, tomar un pincel y embadurnar, teclear y trazar letras en una pantalla blanca, sacar chispas de un mármol con un cincel o diseñar un puente. Mas solo pasarán a la historia quienes logren guardar en el interior de sus creaciones el misterio, la musicalidad y atracción que tienen las obras de Arte.

¿Usted lo ha lo ha probado? ¿Usted no se ha detenido ante un cuadro de Botero, de Rayo, de Cezanne o la estatua mutilada de la Venus de Milo? Tanto arte que hay que ver y perdemos el tiempo mirando las tristes historias de capos y las entretenciones de los realitis. ¿Acaso logró ver y oír a Meira Delmar recitando su poema Fuga?

10-01-13                               3:31 p.m.


FUGA

Habré pasado ya cuando tus ojos
se vuelvan a buscarme.
Y subirá desde la fuente oscura
del corazón que aún no te conoce,
la palabra encendida del asombro.

“Yo te esperaba, y por hallar tu forma,
miré a través de ti como si fuera
de cristal o de brisa.
Ahora te recobro y digo que eres
habitante de todas mis comarcas,
vino en el vaso de la sed abierta,
patria definitiva de mi beso”.

¡Y en vano crecerán en tu llamada
los júbilos futuros!

Porque el amor es río que de pronto
Desencadena sus corceles de agua
Por un cauce de fuga.

Y nadie ha visto regresar a un río.

                                    Meira Delmar

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