Por: Luís Barrera
Con el paro cafetero está atravesando el ciclo de protesta más largo e intenso de la democracia campesina y agrícola, una acumulación de repertorios de acción colectiva jamás vista gremialmente porque de pueblos a ciudades anticipadamente advirtieron la crítica situación económica que están padeciendo por los costos de producción del grano y los bajos precios de compra que no compensan las inversiones en este cultivo tradicional.
El café, orgullo nacional de exportación, logró en épocas pasadas ser la columna vertebral de la economía agrícola del país, ahora sus cultivadores al borde de la indigencia, quebrados y desesperados se hicieron oír airadamente en congresos, plantones, marchas, asambleas, eslóganes, twitter, recogidas de firmas, y hasta que decidieron bloquear las carreteras como la Panamericana en el Cauca.
Su protesta ha generado crisis y emergencia en otros sectores, con obvios malestares e inconformidades. Pero nadie imagina el gran esfuerzo del gremio y los pueblos cafeteros por sobrevivir en una economía adversa y las comunidades, al momento de mantener la acción colectiva, de seguir motivando a ciudadanos y afectados de las mil y una injusticias de cada día para protestar organizadamente, aunque hayan recurrido a las vías de hecho, porque nuestros gobiernos se acostumbraron a que si no es por las malas no le paran bolas a los inconformes.
La protesta cafetera fue una guerra avisada. Su posición hoy radical puede que no sea la mejor para quizá la mayoría del pueblo colombiano, pero en el fondo ya empieza a despertar solidaridad en otros sectores agrícolas cuyos esfuerzos gubernamentales por apagar el incendio y complacer las peticiones, se pueden convertir en promesas incumplibles y es ahí donde radica la responsabilidad del manejo del gobierno con su chequera.
El sentido de defensa sectorial y gremial de los cafeteros por una vida más digna para sus familias, puede terminar en una marea multicolor de insospechadas consecuencias porque va sentar el precedente de cómo se debe exigírsele al Estado las demandas de otros gremios organizados, como los cacaoteros, arroceros, algodoneros y camioneros, por ahora que están también pasando por las duras.
En Popayán ad portas de una Semana Mayor ya se está organizando una contra-marcha, en protesta por el paro de los cafeteros, por cuanto se sienten lesionados en sus intereses, mientras el paro por el contrario, parece fortalecerse por otros que quieren compartir el sufrimiento y se van armando de coraje para que el sentido de su protesta sea comprendido como un asunto público y no como una suma de problemas individualizados o gremiales.
El gran dilema es que todos y cada una de estas opciones aun no concluyen en un solo sentido, en un relato coherente que marque una línea de acción, produzca una unión de fuerzas más poderosa y un referente de futuro tal que, esta amalgama de demandas legítimas, den pie a un proyecto superior que las encauce, a una respuesta política de cambio tan profundo como factible y necesario, a un compartir un todo en defensa de la sociedad y la democracia regional, ya que el Cauca inclusive tiene mayores problemas que el propio paro cafetero.
La gente cafetera protesta porque no vio otro modo de ser escuchada y es muy lamentable que en un gobierno cuyo presidente se jacta de ser el que más conoce del grano y está gobernando con ideas liberales y de alto contenido social, no haya atajado este paro así hubiera tenido cierto veneno político por parte de sus detractores de izquierda y derecha, al fin de cuentas tiene el poder y el poder es para ejercerlo.
Un gobierno como el de Santos, no puede darse el lujo que los problemas se le revienten en sus manos. Si bien es cierto, nos acostumbramos a que la protesta social ha sido uno de los recursos más eficaces que legítimamente han utilizado los ciudadanos para exigir a las autoridades el respeto y el cumplimiento de sus derechos humanos y sociales.
Los movimientos sociales y cívicos en el Cauca, se han transformado en movimientos anti sistémicos que luchan y resisten la acción estatal. En situaciones tan adversas como en la región de los territorios indígenas, donde los rezagos sociales nos colocan en el sótano de la historia contemporánea, a los pueblos aborígenes no les han dejado otro camino que la acción directa y la protesta pública, buscando como su gran aliada la carretera Panamericana.
Este paro de los cafeteros nos está demostrando más allá además, que algunas instituciones públicas del Estado son obsoletas e ineficientes, no resuelven las necesidades básicas de la población; más bien, se empeñan en hacer la vida difícil a los más pobres. No sólo les niegan los servicios, sino que los maltratan, los discriminan, los engañan, ilusionan, les prometen cosas que no se pueden cumplir y hasta los reprimen.
Los cafeteros hoy están firmes, necios, atornillados e inamovibles en sus peticiones, porque se dieron cuenta que el derecho a la protesta es el primer derecho que es capaz de contener el abuso y la negligencia del poder para obligar a las autoridades, a través de la acción directa, a que se respeten y valoren los planteamientos legítimos de un gremio seriamente golpeado por los embates de la economía, los precios internacionales y que pasó a engrosar el papel de los excluidos en camino al empobrecimiento.
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