(Me lo envió un humanista; amigo de muchos; y es el
canto de un Profesor ante las palabras del bárbaro Uberrimo. Con la sonrisa en
los labios de cómo la inteligencia puede reaccionar ante el cuatrero. Un abrazo. Walter
Aldana Q)
Apreciados profesores y
estudiantes de la Facultad. Ayer vimos por televisión al expresidente Uribe
confesando con orgullo en una universidad de Medellín que no pudo cumplir su
propósito violento en un país vecino por falta de tiempo. Violencia contra
violencia para que no se rompa la cadena.
Vimos también, a los
participantes en el recinto académico prorrumpir en aplausos ante su
comentario. Tal vez quienes aplaudieron no tuvieron en cuenta los muertos de
uno y otro país que se hubieran requerido para que Uribe, en caso de haber
tenido tiempo, lograra su cometido. O tal vez pensaron que esta vez, como otras
tantas en los últimos años, serían otras madres, otras esposas y otros
huérfanos quienes harían el aporte generoso de más muertos para la guerra.
Es muy grave que una persona,
cualquier que sea, promueva la violencia, y más si se trata de un exgobernante.
Pero igualmente grave es que la academia aplauda estas iniciativas.
La situación de ayer puede
recordarnos la ya legendaria posición de Unamuno, rector de la Universidad de
Salamanca el 12 de octubre de 1936. Se celebraba el día de la raza en un
momento cuando el fascismo se extendía por Europa y España, y entre los
discursos oficiales José María Pemán acusaba a Vascos y Catalanes de ser
"cánceres en el cuerpo de la nación"; su discurso alentaba a que
"el fascismo, que es el sanador de España, sabrá como exterminarlas,
cortándolas en carne viva". En ese momento, alguien en la platea gritó el
necrofílico lema de "¡Viva la muerte!" y el general Millán-Astray,
que había perdido un ojo y un brazo en la guerra de Marruecos, comenzó con los
"España. Una. España. Grande. España. Libre". La universidad se había
convertido, entonces, en el templo de intolerancia y el fanatismo. Unamuno se
levantó y pronunció uno de los discursos más conmovedores -por su bizarría y
belleza- del siglo XX:
"«Estáis esperando mis
palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio.
A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser
interpretado como aquiescencia. Acabo de oír el necrófilo e insensato grito de
'¡Viva la muerte!', y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que
excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto
en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general
Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más
bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero,
desgraciadamente, en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no
nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general
Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un
mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que
encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su
alrededor".
Millán-Astray lo interrumpe
exaltado y brama: "¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!", y la
multitud lo aclama. Pemán, alza la voz y agrega: "¡No! ¡Viva la
inteligencia! ¡Mueran los malos intelectuales!". Unamuno, entonces,
imperturbable, con la parsimonia de un hombre que sabe que está pronunciando un
"no" único, que protagoniza un momento irrevocable para el destino de
toda la humanidad, un instante sublime de la Historia, que está construyendo
con sus actos la verdad poética de que la razón vence a la fuerza, concluye:
"Éste es el templo de la
inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto.
Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para
convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaréis algo que os falta:
razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España.
He dicho".
Unamuno debió salir acompañado
por Carmen Polo Martínez Valdez -la mismísima mujer de Franco- para que los
fascistas no lo lincharan en la sala de la universidad."La oposición de la
razón frente a la barbarie, fue la actitud de la Universidad de otro tiempo,
que se consideraban a sí mismas la salvaguardia del conocimiento y la ética,
muy diferente a la universidad de hoy, atrapada en la rentabilidad de los
contratos, las innovaciones al servicio de la empresa y la lisonja al
gobernante de turno.
Mantenemos ante la sociedad una
imagen de respeto, reflexión e independencia que cada vez se aleja más en el
tiempo. Pero al interior de nuestros claustros, el aplauso de unos y el
silencio de otros frente a la necrofilia y sus adeptos muestra el deterioro
moral de la academia y de quienes la gobiernan. Alguno dirá que es la
Universidad que nos merecemos. Eso podrá ser cierto el día en que la academia
guarde silencio. Pero no mientras existan profesores y estudiantes que no se
queden callados.
Un abrazo - RUBEN DARIO
GOMEZ-ARIAS - Profesor Facultad Nacional de Salud Pública Universidad de
Antioquia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario