Por Fernando Dorado G.
Ante
la ausencia de una oposición que juegue realmente a la política, Uribe y las
FARC son quienes llenan ese vacío.
Uribe
ha entrado en la oposición absoluta. “En contra de todo”. Las FARC, apretando
con atentados y acciones militares aisladas, se muestran dispuestas a conversar
sobre un posible proceso de paz. “Cañan a Santos”.
Se
avizoran tres posiciones cardinales:
- La “paz uribista”, que es pacificación sobre la base del exterminio o derrota absoluta de las FARC. “Todo o nada”, desde la derecha recalcitrante.
- La “paz política”, que sería un acuerdo de paz sobre la base de unas reformas políticas y la profundización de algunas políticas planteadas por Santos como la de restitución de tierras y de víctimas. “Acuerdo mínimo posible”, desde la moderación de todos los sectores políticos.
- La “paz con justicia social” que sería un acuerdo de paz sobre la base de obtener reformas estructurales contra las políticas neoliberales. “La revolución” por acuerdo. “Todo o nada”, desde la izquierda extrema.
La
“paz uribista” ya no pudo ser y no podía ser. Ocho años de grandes sacrificios,
de aceptar la alianza con el paramilitarismo y la toma del Estado por parte de
una mafia uribista, no fueron suficientes para derrotar plenamente a la
guerrilla, aunque consiguió debilitarla.
La
“paz con justicia social” era un sueño hasta el Caguán, cuando la guerrilla
hizo la lectura errónea de que había alcanzado una paridad estratégica en el
campo militar, y la oligarquía logró un acuerdo con los EE.UU. (Plan Colombia)
para demostrarles su equivocación.
Si
el Frente Farabundo Martí en El Salvador, que tenía una correlación de fuerza
política muy superior a la que tiene hoy la guerrilla colombiana, básicamente
desarrolló un “acuerdo político” para insertarse en la política salvadoreña, es
evidente que en el caso colombiano la fórmula para poder salir y superar el
conflicto tiene que ser la de una “paz política”.
Es
evidente que esa debe ser la meta mínima. Si en las negociaciones se aspira a
mucho más, eso debilitaría al gobierno frente a las fuerzas de derecha que van
a protestar porque se le “está entregando el país a la guerrilla”.
Por
ello, quienes desde la sociedad civil ya empiezan a atacar el proceso porque
supuestamente la “paz santista” es “sin reformas y sin pueblo”, lo único que
hacen es reforzar la línea tradicional de las FARC, que siempre confió más en
lo militar que en lo político.
A
las FARC les corresponde recuperar con un proceso de paz “político” parte de la
credibilidad popular perdida, y prepararse para desde la civilidad adentrarse
en un proceso lento y paciente de ganar a las mayorías para su política.
Si
en medio de ese proceso, la izquierda – incluyendo el Polo, Marcha Patriótica,
Congreso de los Pueblos, progresistas y otros sectores – se unen con claridad
para participar unificadamente en los debates de Paz, que van a ser candentes, no sólo podrán ayudar a la guerrilla a
salir de ese embeleco militarista sino que serán puntales para que la Nación y
el pueblo en su conjunto superen esta fase de nuestra vida que ha sido una
verdadera trampa mortal.
Si
queremos obtener la “paz con justicia social” en una mesa de negociaciones, estaremos
colocando todo el combustible para que Uribe tenga la segunda oportunidad de
jugar – otra vez – a la “pacificación a todo costo”.
Esperemos
no ser tan cegatones.
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