sábado, 8 de diciembre de 2012

QUIMBAYA Y EL PAISAJE CULTURAL CAFETERO


Ana Milena López de Vélez

Anoche, visitando el Festival de Velas y Faroles de Quimbaya, entendí un poquito más por qué la ONU le dio el reconocimiento al PAISAJE CULTURAL CAFETERO como patrimonio de la Humanidad.

La familia entera se alistó para ir a caminar las calles de Quimbaya y disfrutar de los Faroles. Cuando digo familia entera incluyo - además de los ausentes que caminan a nuestro lado - a Lorena, la empleada de la finca, y a sus dos niñitos de 11 y 8 años a quienes recogimos en el pueblo, accediendo a interrumpir su alumbrado para ver por primera vez los faroles del pueblo vecino. Eso sí, cuando volviéramos encenderían las velas en el andén de su casa.

Dejamos el carro a buen recaudo, en el primer parqueadero entrando al pueblo. ¿Quienes estaban haciendo de portería y acomoda-carros? Toooda una familia de empresarios. Sentados en sillas metálicas de esas antiguas color rosado con verde con marco de aluminio y tejidas con polietileno, estaban el papá con una pequeñita cargada sobre las piernas - como toda la vida nos han cargado los papás en esta región -, la mamá con una sonrisa que no le cabía en el rostro y varias tías y tíos más en alegre y rentable tertulia. Los jóvenes de la familia, con linternas de mano, ayudaban a entrar los carros a un parqueadero oscuro como una boca de lobo; habían acondicionado la cancha de baloncesto donde juega todo el barrio. Los adolescentes se arremolinaban como un contubernio romano, corrían, saludaban, hablaban a la vez para ayudar a estacionar el vehículo. “¿Con quién es el que me tengo que entender? Preguntó el visitante. “Conmigo”, le respondió una voz firme. Todos  reímos y le dijimos “Entonces con usted va a ser el problema si rayan el carro...” “Claro, es conmigo”. Sin un asomo de evasión. De frente, poniendo la cara y el pecho.

Y empezamos la caminata. Eran tantos los faroles que no nos alcanzaban los ojos. Grandes como cuadros grandes de Museos. Vitrales depositados sobre las calles. Unos mostraban flores: orquídeas, lirios, azucenas. Girasoles. Los de la cuadra 085 reflejaban una chapolera cogiendo café entre el pesebre donde estaba la Virgen. Todos iluminados, circundados por los vecinos vigilantes para disfrutar los comentarios de los caminantes y encender alguna vela si se apagaba. Era tanta la perfección de los vitrales que sentí que eran eléctricos, con bombillos alumbrando por dentro. Cuando vi a un vecino con una vela en la mano recordé que no era con electricidad sino con velas. Me reí en voz alta y me dije “... pero qué bruta! ¿Y qué sucedió en este pedacito de rincón de Paisaje Cultural Cafetero? Pues que otro vecino que me escuchó, pues todo lo escuchan, me animó compasivo y me dijo “tranquila... cualquiera se puede equivocar...”.
Sonaba un Villancico.

Dos pasos más adelante, la primera exposición de fritanga. Los chorizos colgados, ahumándose lentamente con leña; una parrilla cubierta con costillas de brontosaurio y los aromas que perfuman las noches de festividades en la región. Avisos de “Parqueadero” izados por las manos de mujeres, hombres y niños. De esos avisos que todos conocemos por aquí, donde una caja de cartón desbaratada sirve de valla escrita a mano alzada con grueso pincel y vinilo negro; son efectivos y los carros los siguen. Son parqueaderos virtuales, un mangón al pie de guaduales que bordean cualquier hilo de agua. Eso sí, el pasto recién cortado con guadaña les da una hermosa apariencia de campos de golf. “Calidad en el servicio, m’ijo”, valor agregado que convence a los motociclistas y contrasta con sus trajes negros de cuero, sus brillantes cascos y sus máquinas de alto cilindraje.

Llegamos al alumbrado del Barrio “Palma de Cera”, como me respondió con orgullo en la voz la dama joven a la que pregunté, escogiéndola entre 20 vecinos apiñados en los muros de los antejardines. Allí tomamos la única foto de la noche con la humilde cámara del celular. Recostada en el barranco resplandecía la Virgen María, un vitral totalmente flanqueado por faroles enormes hasta llegar a los más pequeños cruzando la calle. La emoción nos embargó. Los faroles parecían molas de los indígenas Ticunas rindiendo un homenaje a la Virgen. Ahí corroboré lo que había dicho la profesora Luz Dary, que el alumbrado era para la Virgen María. Para nadie más. Pude palpar la cultura del Paisaje Cafetero en la devoción de los habitantes de Quimbaya por la Virgen María. A todos nos pareció que ese fue el alumbrado más hermoso. Caminamos dos horas de ida y vuelta y ninguno fue más hermoso.

El Cura del pueblo iluminó la enorme iglesia y su cúpula de Jesús Crucificado con una luz de reflectores gigantes que la bañaba de punta a punta, de abajo a arriba. El ladrillo de arcilla roja estaba cubierto por un color hortensia, o violeta, o lavanda o lila púrpura salpicado de enormes rayos verdes. No podía dejar de mirar y admirar esa iluminación.

Los niños comieron chuzos de carne de gato, según dijo el patriarca de la familia en un intento infructuoso por atemorizarlos. La adolescente vegetariana comió arepas de dos pulgadas de altura con queso y miel, después mango viche con sal y por último un cono de crema de limón. La madre repitió el chuzo más elegante del pueblo, de lomo de cerdo, después de que el empresario del carrito la saludara entre más de 30,000 personas caminando por su puesto de venta, como si no hubiera ningún otro cliente y diciéndole “ayer la pude atender mejor pero hoy vea este gentío...”. Se me encharcan los ojos. ¿Eso es lo que vio el mundo en el Paisaje Cultural Cafetero?

Escucha, Susan Boyle. Recibí el correo que me enviaste desde Santa Fe, Nuevo México, anunciando con anterioridad de meses lo del Paisaje Cultural Cafetero. Y el artículo de la hermosísima Revista de Historia sobre el tema. Tengo grabado con fuego en el corazón tu llamado para preservar nuestro Paisaje Cultural Cafetero ante la avalancha de visitantes que ha de ir llegando en los próximos 50 años. Y me citabas ejemplos latinoamericanos donde cambió la gente y cambió el paisaje. Un gran componente de este patrimonio es inmaterial y es el talante de nuestras gentes. Para evitar que desaparezca hemos de hablar entre nosotros, de escribir canciones y poemas, de cantarlas a ellas y leerlos a ellos, de hacer juegos de ronda en las escuelas, de sensibilizar a los políticos y a todos los que toman decisiones. De detener la prostitución infantil con los visitantes, levantando una muralla de valores en nuestros niños y niñas. De derribar el ídolo del dinero con sus padres, pues ese ídolo tiene los pies de barro por querer ser más que Dios.

Tenemos mucho trabajo en este Paisaje Cultural Cafetero. Y ya hemos empezado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario