jueves, 6 de diciembre de 2012

EL COLMO DE LA INGENUIDAD


Rodrigo Valencia Q – Donaldo Mendoza
Especial para Proclama del Cauca

D: —De niño iba a hacer algún mandado a una casa donde vivía un anciano mayor de 80. Creo que cuando cumplió esta esa edad mandó a hacer su ataúd. Vivió más de 90, y en el lapso entre los 80 y su muerte prestó varias veces su compañero de viaje.

R: —Un tanto morboso eso de mandar a hacer el ataúd. ¡Qué importancia tiene eso de la caja. Después de cerrar los ojos, todo panorama ha dejado de existir para siempre.

D: —De pronto quería evitarles gastos funerarios a los familiares. De alguna manera los padres vemos a los hijos como víctimas a las que siempre hay que ayudar; este viejo vio más allá de lo físico.

R: —No; este viejo era un iluso, nada más. Si hubiera visto más allá de lo físico, no se hubiera transado con esas majaderías. Somos todos muy pobres; en la muerte, mucho más.

D: —Hay que reconocerle algo de coraje a este anciano: de algún modo miraba la muerte a la cara, cuando la mayoría miramos para otro lado.

R: —No necesariamente; sólo pensaba cómo se iba a sentir en su cajón. Majadería mayor.

D: —De niño iba a la casa de este anciano a comprar yuca o ñame... Y antes de preguntar por los tubérculos, mis ojos iban primero al caballete donde estaba la única cosa insólita del pueblo.

R: —Las cosas que uno ve y oye, lo marcan; uno es cera bien vulnerable, sobre todo en la niñez, cuando se quiere establecer la vida como el máximo valor a defender. Pero la vida es la cosa más deleznable; "la vida es la muerte esperando su regreso".

D: —Puede ser. Aunque en la niñez la muerte es inexistente. Existe para los viejos, para los niños es una edad remotísima. Ahora, los sentidos que se incuben en la psiquis profunda de ese niño, eso sí es misterio.

R: —La fantasía del niño sorprende cualquier ineficacia de la razón. La muerte asoma como un cuento lejano, casi sin validez; los cuentos de hadas reforzaban el bien en el mito: morían los malos; los buenos gozarían eternamente en "el país de nunca jamás".

D: —El mito no deja de ser. En esa serie de "Escobar, el patrón del mal" se perpetúa. Él, uno, es todo lo malo de nuestra sociedad, el resto, noventa y nueve por ciento, somos buenos, y sus víctimas. ¿De qué sociedad será hijo Escobar?

R: —Todo es mito. Creer que el 99% somos buenos, el colmo de la ingenuidad. Todos saldríamos a pregonar nuestra supuesta "bondad" el día del juicio final, pero todas las banderas nuestras se harían jirones a la menor mirada justiciera de Dios. Una vez le dijo Cristo a alguien que se le acercó: "¿Por qué me llamas hombre bueno? Bueno sólo hay Uno".

D: —Son siempre otras las malas conciencias, lavadero de manos de los que fingen de buenos.

R: —La supuesta "bondad pública" a veces me saca de quicio. Estamos excelentemente equipados para el fingimiento convincente; lo es tanto, que lo creemos cierto en nuestra sangre. Pero la buena, verdadera conciencia, se avergüenza.

D: —Y está en lo más profundo de la cultura; te lo había comentado: Edipo sintió el llamado de su sangre para salvar a Tebas de la peste, y Jesucristo igual: para salvar la humanidad del pecado.

R: —Creo que la bondad viene por naturaleza; digamos que es un "don de Dios". Pocos rostros tienen ese brillo.

D: —La bondad y la maldad están en la naturaleza, en encarnizada lucha a ver quién domina.

R: —Es uno mismo escindido en dos polos. Extraña manera de comportarse la unidad; pugna por dividirse en muchos y hacer resaltar la parte más fuerte. El hombre, un ser de dificultades; todo un estropicio en nuestro interior tiñe el mundo.

D: —Una frase de Mann: "Se ama al hombre porque su vida es difícil y porque uno mismo es hombre".

R: —"No es por el hombre mismo por lo que se ama al hombre, sino por el Ser que está en él, por lo que se ama al hombre. No es por la esposa por lo que se ama a la esposa, sino por el Ser que está en ella, por lo que se ama a la esposa". Es una hermosa cita de uno de los Upanishads. ¿Le parece?

D: —Todo está en saber jugar con las palabras.

R: —Viéndolo bien, las palabras no son nada; lo que cuenta es la reunión de ellas, las ideas. Nos enseñaron a rendirle culto a las ideas, pero de ahí viene muchas veces una gran alienación.

D: —Pero de alguna manera la escritura es un exorcismo a la enajenación.

R: —Pura defensa y respuesta sentimental. Defendemos lo que amamos.

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