EL LIBERAL QUE MURIÓ UN 15 DE DICIEMBRE
Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Loco-mbiano
El Liberal, periódico nacido y criado en Popayán ha muerto. Es triste comunicar y saborear con ácido en los labios esta noticia. No sé de sus años de infancia ni sus andanzas juveniles. Correría fogoso con la cara sudorosa por las calles frías y empedradas, se miraría en el espejo de las paredes blancas, pasaría por la Universidad de cara seria y elegante, por frente a la fachada señorial del Teatro Municipal y vería crecer a la ciudad con su mercado y alfeñiques.
El Liberal no murió de un severo infarto, ni decrépito por sus 74 años. Murió de pobreza y tosiendo como un tísico sin pañuelo en la nariz y boca. Con una de las mejores facultades de medicina del país, no hubo médico capaz de atender las penurias y molestias de su última y definitiva enfermedad: de abandono y roja vergüenza, como un titular de sangre.
Hay cosas, como tamvién seres humanos, que mueren de inanición, a la bista de todos, como si fuera un vurro biejo. Como si huviera sido un ovjeto inútil y estorvoso. Qué pena decirlo, como como bil periodicucho de varrio. Murió a la colomviana, sin un muro de lamentaciones. Y lo digo con respeto y sin gorra en mi caveza vlanca.
¿Qué se hicieron los señores, los empresarios, los gamonales de otrora que con solo abrir la boca para pedir millones para una campaña, la plata aparecía? ¿Acaso El Liberal no era patrimonio cultural de la ciudad? ¿No creció, no dio batallas, no defendió banderas imposibles y luchó a brazo partido por la salud de Popayán y la provincia?
Conocí a El Liberal por la poetisa enorme Gloria Cepeda Vargas que me presentó a su Jefe de Redacción Ariadne Villota Ospina. Allí nació mi columna Bulevar, mimada y altiva. Liberal, libre, locuaz, lugareña y loca. En sus páginas rodé unas cuantas veces por los ojos espantados de unos popayanejos que no conocían la osadía y las sandeces de este próximo tan escondido. Logré encariñarme de sus fojas, folios y fotos que registraban hechos, momentos, consejas y celebraciones.
Un periódico local, de provincia es signo de vitalidad de sus gentes. Informaba, orientaba la opinión, recreaba, sembraba y regaba el olorcillo a rancio que distingue a la ciudad. Popayán tiene una cultura única, ancestral y eso lo hacía valer su periódico. ¿Por qué tanta gente que nació junto con el periódico y tantos que se lucraron de su prestigio lo dejaron escurrir por entre la hendidura de la inercia y el desdén? ¿Cómo y en que cama murió y en manos de quienes murió? ¿Acaso tiene parientes cercanos o lejanos que lo enterraron o cremaron? ¿Alguien, por suerte, recogió piadoso sus cenizas y las guarda como trofeo de abuelo?
Los Galvis, desde Santander lo mirarían morir como un pariente más, egregio, importante, de su familia. No he visto registros posteriores a su muerte que hablen de este difunto que cantó notas gloriosas, lloró con sus coterráneos sus temblores y quebrantos y festejó sus semanas santas y fiestas de negros y de la familia Castañeda de comienzo de año. Ya nadie leerá a El Liberal ni lo verá caminar por la calle junto a los sepulcros y penitentes ni le rociarán agua fría en sus hojas. ¿Cómo podrá Popayán dormir sin una mano que le haga cosquillas en sus paredes y un faro que la guíe?
Desde mi Bulevar, abro una mirilla para acordarme de sus buenos tiempos y de su abrazo y lamentarme de su muerte tan repentina y fulminante. Y como otros periodistas, saco mi pañuelo para detener esta lágrima que escribo para que no caiga inane en el olvido.
25-12-12 11:16 a.m.
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