Rodrigo Valencia Q - Donaldo Mendoza
Especial para Proclama del Cauca
D: —Mira este poema de amor, de un poeta suizo, Urweidor; se llama “Todos sus nombres”.
“Yo no me inventé a los / árboles pero sí aprendí / sus nombres a algunos les / di el tuyo no se / opusieron y lo repitieron / con el viento también / el viento lo lleva bien / de árbol en árbol hacia ti”.
R: —No comparto la cadencia y puntuación del poema. ¿Estará bien traducido?
D: —Es muy difícil decir si está bien o mal traducido si no se conoce la lengua de origen. Claro que uno puede darle la mejor cadencia que el español ofrece, pero no sé si se desvirtúa el ritmo original; es fregada la cosa con la poesía, cada lengua tiene su particular cadencia.
R: —Sí, se pueden intentar mil y una variaciones. ¿Es posible? Cada quien haría las semejanzas posibles con su manera de ser.
D: —Los traductores de poesía hacen lo que pueden. Es difícil, si no imposible, llevar a otra lengua una aborigen cadencia. Cada lengua tiene su propio sonido. Y si el 50 por ciento del poema es música, ¡imagínate!
R: —Claro; y en la lengua de uno se percibe esa música; en otra no. Por eso, al traducir, creo, toca hacer los ajustes necesarios, lo cual implica desvirtuar un poco la música original.
D: —Imagínate traducir a otra lengua el Nocturno de Silva. Allí el sonido de la S es esencial.
R: —Imagino que habrá poetas que han traducido, ellos mismos, sus versos a otros idiomas. Se habrán visto ante incontables incongruencias.
D: —Hasta donde sé, el autor no se traduce así mismo; termina escribiendo otra obra. Una especie de paraliteratura.
R: —Es presumible eso; intentar lo otro es un experimento que puede ser interesante; requiere conocimiento de la eficacia sensible de la otra lengua, estar inmerso en ella, conocer todos sus secretos y melodías más íntimas.
D: —Se encontrarían más problemas que soluciones.
R: —Más problemas, más laberintos, también. Pero poetizar es correr el riesgo entre la mentira y la verdad.
D: —En cada poema logrado se revela siempre una verdad.
R: —La verdad de cada quien... verdad relativa, verdad utópica; puro juego de ilusiones.
D: —La verdad del poema es sagrada, va más allá de toda relatividad.
R: —Su respuesta es una consideración estética. Todo poema no es más que el punto de vista particular de una mente, una cultura, una intención humana; pero lo sagrado rebasa cualquier límite personal.
D: —Cuando hablo de "sagrada" no veo puntos de vista ni particularidades. Veo esa pureza expresada por Shakespeare:
"Los ojos del poeta girando en un magnífico frenesí, miran del sol a la tierra / de la tierra al sol, y a medida que sus imaginaciones toman forma, / forma de cosas desconocidas, / la pluma del poeta las convierte en cuerpos / y da a la aérea nada una habitación local y un nombre".
R: —La pureza, lo impoluto, y también lo terrible de toda profundidad.
D: —Un recuerdo de infancia es la fascinación que me producía ver el murmullo de un manantial cristalino. La palabra "manantial" ya expresa pureza.
R: —Me hace acordar de esa película de Bergman, “El Manantial de la Doncella”. Manantial, palabra donde sobran las sugerencias sublimes. Todo manantial es imagen-espejo de origen intocado por el cieno.
D: —Cuando estudiaba las lecciones de historia sagrada también ensoñaba con los manantiales del Paraíso.
R: —Puede entrar allí y refrescarse con esa ambrosía (es en serio).
D: —¿Entrar a dónde?
R: —Al lugar que en usted reside muy secreto, donde se comienza a sentir la gloria, y se cambian las lámparas viejas por nuevas...
D: —Ese lugar suelen mostrármelo ciertas lecturas, que me hunden en la ensoñación.
R: —El Paraíso Perdido no es sólo un poema; es una realidad abscóndita, pero el árbol de la vida no ha crecido más, y así, la oscuridad nos introduce en el lugar de lo poético, no de la verdad; todo arte es sumisión a la ignorancia; con él motivamos nuestras fibras ocultas en un terreno de suposiciones, emoción, razón y sensibilidad. El arte es máscara, fingimiento, pero no es el saber; es una praxis que viene y nos empuja a un teatro de maravillas.
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